domingo, 13 de septiembre de 2015

Huidas y venidas

Brisa de aroma a paz y libertad desde la vieja Europa que esparce su oligofrénico aroma entre la hediondez que da la muerte absurda y la angustia del perecer tangible, la vida que escapa en chalanas de bajos fondos inhalando el alucinógeno férreo que da poder sentir un segundo más.  


Una niña ofrece una galleta a uno de los policías húngaros que guardan las vías del tren. / CARLO ANGERER (El Correo.com)
 
Vidas anónimas alimentadas a base de arrojar pan apuntando a la diana de la dignidad, vidas filiadas cuando ya no es vida solo cuerpo inerte a la orilla de la indolencia. Fobia a la vida en la nueva Europa de vallas y guardianes en el camino a la angustia, de zancadillas traicioneras para arrojar el orgullo de bruces al polvo de la patria, donde la brisa pasa a huracán de miserias y algún que otro espejismo de aroma a potaje de berzas sobre caballos cartujanos, risas efímeras de hoy ante tanto llanto de ayer y mañana.
 
Es el fruto dorado de los ojos vendados ante el cultivo en la tierra prometida, ahora en barbecho de siembra y abono de odio, cuna de la incívica  civilización de fronteras y territorios ganados a base de humillar a vecinos con el alma hundida en el temor. El fruto amargo de la espalda dada por los hermanos de sangre en la opulencia del oro negro y las kufiyas protectoras de las ventoleras del desierto sin oasis.
 
Miserias deambulatorias buscando un lugar donde poder dormir y quizás soñar, lugares donde las miserias autóctonas se han convertido en endémicas sin antídotos a la ilusión por un paraíso de necesidades básicas, paraíso de cementos vacíos y estómagos yermos, vergel de serpientes enroscadas en manzanas tóxicas para un nuevo día con la aurora en oriente y el ocaso en occidente y en su tránsito la supervivencia instintiva como recurso.

Un paraíso donde respirar se mide en tantos por cientos, vivir en presupuestos y sentir es una entelequia.

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