viernes, 1 de abril de 2011

La única posesión cierta

El frío se incrustaba en cada poro de su piel, introduciéndose a través de la rotura de sus zapatos roídos serpenteando a lo largo de su famélico cuerpo, cubierto de andrajos y cartones. Su mente, ya adormecida por el aterimiento, aún viajaba por el recuerdo.

Los rostros burlones de su ex-mujer y sus hijos, parecieron congelarse en sus neuronas cada vez más desconectadas, recordó las amenazas de su esposa cuando perdió cuanto poseía, por la estafa de su socio manipulador, volvió a resentirse de los golpes propinados por la mujer a los que no pudo responder, la ley le hubiera machacado y su educación no se lo permitía; pudo salvar su casa, pero en el divorcio le fue adjudicada a Silvia, que se quedó con la custodia de los menores, los mismos que le reprochaban una y otra vez que ya no podían ir al colegio privado ni vestir ropas de marcas; la realidad de lo que significó para ellos tantos años de sacrificios personales le insistía en su nimiedad como ser social. La sentencia fue aún más demoledora, tendría que pasar una pensión compensatoria y las correspondientes pensiones alimenticias, detrayéndolas de un vergonzante subsidio por desempleo que percibiría durante dos años, lo que hacía imposible iniciar una nueva vida.

El delirio fue la única huída de un mañana sin esperanzas y la mendicidad la única forma de vida que pudo llevar con dignidad, lejos de las causas de su desdicha; cada mañana se aseaba en la fuente más cercana a lo que había sido su lecho durante la noche, recogía sus cartones y buscaba aposento en cualquier calle que fuera transitada, agachaba la cabeza y esperaba con resignación el cliquear de las monedas cayendo en su caja de cartón, horas tras horas, un año y al siguiente, con lluvia, frío, sol sofocante o bruma espesa, que era lo único que diferenciaba un día de otro.

El día anterior, a lo lejos, escuchó una risa que le pareció reconocer, una pareja se acercaba entre arrumacos y carantoñas, ella envuelta en un abrigo de visón reluciente y él con traje impecable. En su demencia, reconoció a Silvia y a César, su socio timador, quien, conforme se acercaban, sacó unas monedas de su bolsillo y con desdén las lanzó sobre el improvisado monedero y continuaron su camino sin reparar en el depositario de su limosna.

La lucidez se acomodó en su razón, recogió las monedas y el recuento fue suficiente para lo que iba a hacer. Entró en el portal de enfrente y subió a la primera planta, donde había una Notaría. Al entrar, las miradas fulminaron su presencia, pero, tras las explicaciones oportunas y la atención del Oficial, le hicieron pasar a la sala de firmas donde el Notario leyó el escueto testamento que se disponía a firmar, decidiendo sobre lo único que, aún, nadie le había podido arrebatar.

"A partir de mañana podrá la Ciencia tomar posesión de mi cuerpo."


"La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp". Rembrandt