lunes, 4 de enero de 2016

Artabán y la ausente presencia

Los tres marchan cabizbajos volviendo la mirada hacia las huellas de sus camellos, sus alforjas de presentes cuelgan inertes, sus huellas se cruzan con las sombras proyectadas de sus figuras sobre la fría arena por la luz del impaciente cometa, el tiempo de la espera ha concluido, la marcha hacia Occidente ha de emprenderse, pero falta uno de los convocados a la noche de magia. Así año tras año, hasta que la historia se olvidó de él. 


Y sin embargo esa ausencia es la mejor ofrenda que podemos recibir la noche de ilusión, señal de que nuestro corazón latió al ritmo de humanidad; lo material llega, ahí está con sus envoltorios de colores o el flamante brillo de lo nuevo, pero no nos acordamos del que no tiene, del que no puede, de aquellos para los que los Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, no son más que una lejana leyenda porque sus cartas no tienen remite con dirección de entrega.
 
Sí, porque Artabán, el abstraído, no se perdió en su caminar hacia el encuentro, sus alforjas también iban llenas de dádivas, pero no para el que ya posee sino para el que se queda a la orilla de los tres grandes que pasaron a la historia, sus tres amigos que se encargaron de llenar el pesebre donde paró la estrella, sin pararse en ninguno de los que iba alumbrando en su caminar, quizás cegados por su brillo. Él no estaba ciego, simplemente padecía estrabismo emocional que le hacía dirigir sus pasos, no hacia el frente, donde miraban sus ojos, sino a sus costados, donde miraba su alma, desviándolo de su destino.
 
Y si miráis bien veréis su figura en los garabatos pintados por la abstracción bucólica en la piel desnuda de una pierna, en la maraña de unos pelos concienzudamente despeinados, en unos ojos vidriosos mirando al vacío o en el sueño profundo en un banco al calor del sol, su figura aparece cuando nos encontremos profundamente inmersos en nuestras ensoñaciones más íntimas. No, no fue dejando diamante, jade o rubí en su deambular, ni mucho menos se bebió su vino y se embadurnó de aceite; sus obsequios los lleva a quién pensamos, a aquellos que recordamos ya sean anónimos o conocidos, así todos los días hasta el momento de nuestro tránsito a otro estado de conciencia en el que ya nos acompañará por siempre.
 
Todos los días presente menos uno, el día de Reyes, donde su valiosa presencia es así su ausencia.