lunes, 21 de diciembre de 2020

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS

                 Omitamos, por discreción mal entendida o por afonía intelectual, la enmienda del relato fiel de los acontecimientos y transformémoslo en leyenda urbana, al capricho de los intereses del personaje, “personajillo” o “personajete”, “Very Important Personde turno, so condena de salirnos del rebaño, por el simple motivo de ser vos quien sois.

                Si el ciudadano Juan Carlos de Borbón defrauda o simplemente gasta o recauda de dónde no debe, lo hace al amparo de los servicios prestados, ya de por sí remunerados, y porque la Constitución le da carta blanca de inmunidad. Y lo peor no es que esto ocurra, sino que encima lo tengamos que dar por bueno bajo la batuta inquisidora, a modo de perro pastor, que tilda de mal ciudadano, no a quién comete la fechoría, sino al que lo denuncia o, simplemente, lo anuncia, retornándolo al cercado de la piara.

                Si el Presidente del Gobierno, miente más que habla, colgándose medallas inmerecidas y actuando de forma contraria a como dijo que lo haría y por lo que fue elegido, no levantemos la voz, bajo amenaza de socavar las instituciones en un momento sensiblemente crítico de nuestra historia, como si nuestra historia hubiera tenido algún momento plácido, y que sea escrita en los anales como quisieron que fuera y no como de verdad es, balemos al unísono y que sea lo que ellos quieran.

                Si el Jefe de la Oposición falsifica sus estudios al amparo de instituciones más o menos reputadas con marchamo de refutación, encubramos la fechoría no vaya a ser que rebote contra otros próximos que ejecutaron la misma felonía y así la historia dará por bueno lo que en esencia es un fraude, enmudezcamos y que el tiempo entierre en un hato la realidad fósil.

                Programa que recoge lo que ahora se critica, transmutado en error de transcripción. Periodista auto exilado ante un suceso que se auto asila ante el mismo suceso, paradigma de la credibilidad, incautos inocentes nosotros que nos creemos lo de allá y acullá a la misma vez y callamos por no señalarnos como el cojo de la manada.

                Si esto ocurre en las instancias con notoriedad pública, qué no podemos encontrar a niveles más ínfimos y limitados como las redes sociales abundantes en trileros de la palabra y hasta de los sentimientos, prestidigitadores de la historia mundana, tildando de grosera impertinencia, la simple aclaración de unos hechos ciertos y demostrables, aún siendo incierta la información dada por la simple coyuntura de la notoriedad del errado, otorgando, por su filiación, patente de corso y derecho de pernada sin más mérito que “el porque yo lo digo”, pastoreemos en tropel.

                Cuándo los corderos dejen de chillar, es porque habrán sido sacrificados y, muertos todos, la leyenda generada como patraña se hace historia.

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