sábado, 5 de marzo de 2011

La virtud del voto en blanco

Un día de elecciones ir a mi colegio electoral a votar, más que un derecho es una obligación, por convencimiento moral y por respeto a todos los que despreciaron su propia vida para que la nuestra fuera mejor, o al menos tuviéramos en nuestras manos que así lo fuera. Su lucha no merece quedar tan sólo plasmada en los libros de historias o en fotografías más o menos ajadas, sino que ha de manifestarse en cada sobre que cae en la urna; el contenido del sobre no importa ese día, importará el siguiente y durante cuatro años, pero no ese, un sobre que se deposita lleva impresa todas y cada una de las intrahistorias que lo hicieron posible y la mano que lo suelta es una mano tendida llena de agradecimiento obligado.



No entiendo la abstención voluntaria más que como un desconocimiento profundo de nuestra historia o, lo que es quizás peor, un olvido consciente de nuestro pasado y lo que significó. El desencanto con la clase política es evidente, todo entre ellos se basa en un "pues tú más, déjame paso que ahora me toca a mí trincar", pero no nos debe cegar en la posibilidad de modificar la sensación de hastío; no es el sistema el que falla, son los partidos políticos, las personas que los dirigen y las leyes que ellos mismos aprueban en su favor los que vician el sistema. Para ellos la abstención no es más que "un somos menos a repartir", no computa, no resta, la legitimidad está asegurada.

Si esa abstención, en vez de pasar el día de playa, montaña o sábanas perezosas, acudiese en masa a votar y su voto fuera en blanco, ¿qué ocurriría? Sencillo, la legitimidad de las fuerzas políticas se vería en entredicho, no a nivel nacional, la vergüenza no es uno de los deportes españoles, pero sí ante los organismos internacionales, que en la práctica son a los que nos debemos.

El voto en blanco no computa a la hora de asignar escaños, pero sí incrementa el porcentaje mínimo de votos necesarios para asignarlos y si perjudica a los partidos minoritarios, es por la nefasta Ley D´Hont, implantada en España para favorecer a los partidos nacionalistas, y no por el voto en sí. Imaginaros una situación utópica en la que ningún partido político alcanzara ese umbral mínimo para asignar escaños por la cantidad de votos en blanco, ningún escaño se asignaría y el sistema de partidos tal como lo conocemos habría llegado a su fin y con ellos toda la clase corrupta que los sustentan, así que el voto en blanco sí tiene incidencia en unas votaciones democráticas y en nuestras manos está.

Dejando la utopía a un lado, toquemos algo más el suelo. Un porcentaje elevado de votos en blanco haría que el porcentaje en el que se apoya la legitimidad de un gobierno bajase a niveles en los que su credibilidad internacional se resintiera, lo que conllevaría de inestabilidad económica y social sería suficiente para que ese gobierno fuera efímero y se viera obligado a convocar elecciones, con el desgaste de sus clases dirigentes. Elecciones en las que nuevamente se produciría el mismo efecto y así sucesivamente, hasta depurar por inercia a toda la clase dirigente del país y las leyes que los perpetúan. Habría que cambiar la Ley de partidos, posiblemente se iría a unas elecciones de listas abiertas y el sistema de asignación de escaños se modificaría a uno más justo con las intenciones de los votantes.

El voto en blanco sí tiene incidencia política, sólo ha de tener el suficiente porcentaje para hacerse notar, no es un voto inútil, sino minoritario y como tal, perjudicado como cualquier otra minoría, hagamos que su minoría se vuelva suficiente y así consigamos que la clase usurpadora de la voluntad popular desaparezca por indecente.

Si te vas a abstener o vas a votar los menos malo, piensa en esto, vota y vota en blanco.

0 Tu opinión también cuenta: