lunes, 20 de septiembre de 2010

Labordeta, un adiós a la nobleza baturra


Dicen que uno no es de donde nace, sino de donde pace y yo, aunque obligado, pací un año en las tierras aragonesas, en la antigua comarca de Serrablo, más concretamente en Sabiñánigo y de ahí por todo el Pirineo aragonés. Allí conocí gente, baturros de nacimiento, cuya bandera por la vida era la nobleza, nobleza baturra dicen que le llaman.




Foto de Miguel Gener - elpais.com


Uno de esos nobles baturros, José Antonio Labordeta, se nos fue, lo conocí como la mayoría de nosotros, por sus canciones de libertad, del pueblo, pero sobre todo de su pueblo, canciones como "Canto a la libertad" o "Me dicen que no quieres" deberían ser de escucha obligada en representación de amor por una tierra, la de todos y no la de unos cuantos privilegiados que explotan sus riquezas, trovador de reivindicaciones más que de nostalgias; también por su actividad política enfocada a la defensa de su tierra, con vehemencia, como se defienden las cosas que se quieren desde el sentimiento, un político como debería de ser un político, sin pretensiones personales y al servicio de los que le votaron, siendo el diputado con menos votos de España, como le gustaba decir, sin duda fue de los más oídos a la hora de exigir los intereses de los que depositaron en él esperanza a gritos, sólo conocí otro político que estuviera a su misma altura, Fernando Sagaseta y su canarismo socialista.



Canto a la Libertad - José Antonio Labordeta


Su mochila al hombro nos enseñó, más que paisajes, gentes, una ventana abierta a la vida que no vemos, ni siquiera cuando pisamos los mismos caminos, las prisas y el tiempo no encontraban bolsillos en ese zurrón de vivencias de las españas.

Ahí está su obra, del poema a la prosa, del canto a la oratoria, más que refinada directa, la de uno de los grandes pensadores sociales que he tenido la suerte de admirar, de los elegidos en la elocuencia.

Tan grande que fue capaz de mandar ¡a la mierda! a una partida de incultos diputados que intentaron menospreciar esa mochila y toda la sabiduría que llevaba dentro, quedando retratados y enmerdados.

Tan grande de pedir que en su epitafio figurase eso mismo: ¡A la mierda!

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