Silenció el espejo mágico su
cantinela machacona y la manzana sembró ponzoña de blancas sienes parando la
timba de los siete con el premio de la liga resbalando en la entrepierna, ya
sus mentiras buscan acomodo en las espaldas, donde la soga justiciera no puede
cercenar el apéndice enhiesto de un Pinocho impenitente y lujurioso.
Las orejas de Dumbo, alelado en
su candidez, son incapaces de levantar el vuelo agarrotadas por el peso de la
conciencia ajena apartada de la ética y con la moral propia de estrella del
circo. Hasta a Bambi le salieron cuernos viendo a Flor junto a Tambor en la
cama de la indecencia absoluta intercambiando instintos como humanos.
Se cansó el Príncipe de su fijación
fetichista con Cenicienta cuando sus pies se cuajaron de callos y durezas de
tanto pasear alardeando su tiránica belleza, embaucado a su vez por el conejo
blanco de Alicia asomado a su madriguera del país de las alcantarillas, donde
lo superfluo se hace dogma y lo absurdo lógico, ese país de nunca cenar donde
Peter Pan crece sin superarse nunca, donde las damas consortes son más consortes
que nunca y los vagabundos andrajosos más andrajosos, allí donde la pasta no
termina en un cándido beso.
El Hada olvidada danza ante el
fuego fatuo de la durmiente Aurora inerte y amortajada por un perseverante
Felipe distraído del ósculo salvador por la exuberante capa negra y blanca que
le ofrece Cruella y el esfuerzo de arrancar a Excalibur de su cárcel pétrea y
así poseer el poder absoluto de la vanidad.
Ya no amamantan lobas a niños
perdidos en la selva de cemento, los devoran con la ignorancia, ni perviven ladrones
que desvalijan ricos para repartir el botín a los pobres, se acomodan en su saqueo.
Ya los cantos de sirenas no te salvan en la orilla, te sumergen mar adentro en
un lascivo aquelarre, donde las bellas son bestias y las bestias cafres
bailando la orgía de la sangre. Ya el genio de la lámpara no te ofrece tres
deseos, te secuestra la esperanza al son de tu conveniencia; Scar batió a Simba
entregándose con desenfreno a la bacanal con el harén ajeno y sucumbió
Pocahontas a los encantos de Smith desamparando a su pueblo.
Tocan a muerto las campanas
jorobadas de la torre de la vida, fatigada por la hercúlea pelea con la
supervivencia y el hartazgo de las bruces chocando siempre con las mismas murallas,
hordas displicentes de amigos y enemigos disfrazados de Hunos pendencieros.
Pero aún en el horizonte se
vislumbra la única verdad cierta, la esperanza platónica de la inmutable realidad
del ideal.
0 Tu opinión también cuenta:
Publicar un comentario