Allí iba yo, de negro zaíno como mandan los cánones, y de
negro el humor por los aparcamientos; "¡tranquilo
Manuel, que todavía hay tiempo!", "es la ratonera esta que me tiene
negro y el calor que hace", un recinto deportivo que quedó para
conciertos cuando Madrid nos jodió el invento, qué mala es la envidia, bueno al
loco de turno que arruinó el presupuesto. El de esta noche, Extremoduro en el
horizonte, era como para llegar mirando la muñeca donde reposan las horas y
perderte a diestra y siniestra el espectáculo previo.
Marabunta hacia el Estadio Olímpico, "¿Olim... qué? ", ¡pico!, de pico y
pala al de la idea de este desatino de cemento, hierba y tartán, hasta que las
pústulas de sus manos queden Rojas y las horas de su pena en Marcos de madera rancia;
jóvenes de vidriosos ojos, talluditos de quebrado aspecto, maduritos de vidriosas
canas y hasta abuelas de pañuelo al pelo con su camiseta de desgarro heavy y la
chepa más doblada que la alcayata que sostiene mi razón, más cerveza de la pensada
y menos humo alegre del esperado. Incidentes: cero, la gente de bien nada tiene
que ver con melenas, tatuajes, rotos ni arreglos, ni lo siniestro con el negro.
Ya en el cogollo la fusión de lo tranquilo con lo marchoso y
los cuerpos inquietos, resultado: marchosos todos; la abuela la primera, que la
veteranía es un grado. Un sonido impecable para el recinto y un impoluto
recinto para un concierto, ¿no era Olímpico? "Te quié'i yá Alejandrito".
"Poema Sobrecogido".
Lujuria musical, con sonidos a veces extremo, a veces duro,
pero sobre todo pedigrí de rock intravenoso, duelos de guitarras, bajo y
batería delirando los genios y sus instrumentos, las letras eran poesía
angulosa y quebradiza esparramada al viento de Sevilla, y entre ellos, solos de
teclados que apaciguaban el alma y apoyo de guitarra que exaltaban los sentidos,
los brazos agitados sacudiendo el cuerpo y las voces alzando "Ama",
"Qué borde era mi valle", "La vereda de la puerta de
atrás", "Poema sobrecogido", "Jesucristo García", "Salir",
"Dulce introducción al caos", "Puta"... ¡tus muertos! (¡ay!,
perdón que esto es para el ingenio de morteros y argamasas), pero sí, ¡sus
muertos, qué bueno que son! No había cansancio en el escenario y mucho menos en
la concurrencia, en éxtasis y extasiados, tres horas de concierto para evadirte
con la música, a veces sinfónica, a veces de reposada balada.
"Dulce Introducción al Caos".
Extremoduro de puro extremo en su amplio espectro. Qué
exquisito es el rock cuando la calidad se trabaja con ganas y la compañía es un
lujo para los sentidos.
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