Transforma la voluntad desde su
atalaya de magnitud inmutable, el del silencio y su belleza, el de la espera y
el desespero, el recobrado y su pérdida, el de la memoria y su olvido, el
ausente y muerto, el que pasa y el que está por llegar, siempre el mismo en
sus infinitos disfraces, el tiempo y su heredera la esperanza.
Hoy que el tiempo abandonó mi
tiempo aún despellejo cada momento de su paso, cada bofetada de sensaciones
devueltas y cada mimo que impregnó su huella, aún paladeo las nerviosas
ilusiones que quedan por llegar sin saber si serán mojicones en el espíritu o arrumacos en las entrañas, oleadas
de puertas cerradas en su devenir y portones de par en par en su porvenir, sin
caer en la cuenta de la plenitud del momento y la laxitud de la memoria, el
ahora pleno de emociones que sucumbe a la incertidumbre posterior.
Vivir un ahora, lo que ya no es y
lo que aún no es en un instante, esencia del tiempo sin ser tiempo en sí, somos
desde el tiempo y seremos para el tiempo en este momento que es sustancia
temporal de amnesia etérea.
Y aún en su querencia al olvido
te seduce su magnetismo de incertidumbre, su hermosa mirada extraviada en el
futuro, el reto vigorizante de la rebeldía para poder influir en su suceso. Esperas
el tiempo impaciente sin saber por dónde circulará ni la intensidad ni el
tranco de su rastro y siempre es la misma sensación nerviosa de que todo lo
bueno está por llegar, bendita ingenuidad de paranoica inocencia.
El tiempo, ese que en su espera te saca lajas del alma.
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