domingo, 15 de diciembre de 2013

Puñaladitas de hambre

    Subían la calle de la gusa y paraban en la plaza del Don Nadie, entre harapos y cartones recogían la comida trasnochada del jardín de las sobras, un aliento y dos hijas junto al desprecio de la sociedad ausente que hoy se rasga las vestiduras de la incredulidad y seguirá al calor de la copa de cisco de la indiferencia, contemplando las luces de la Navidad.
 
 
    Ellos ya no la verán, puñaladitas de hambre que dejó la muerte después de muchos pases de pecho a la vera de la opulencia; de fondo suenan las panderetas de una España unida frente a los coros de la independencia, el soniquete campanillero del recuento de monedas frente a las palmas sordas de las cuentas vacías, los cantos desafinados del golpe de estado ideológico frente al grito silencioso de un pueblo autista.
 
    Ahora los indiferentes son ellos, allá nos pudramos entre tanta gula dirigente y la avaricia opositora, ellos ya no estarán para presenciar a la sociedad contemplativa que sustenta esta caterva de vividores, pasaron a ser un número más de la estadística luctuosa, mucho más de lo que eran en vida para la corruptela de los ojos vendados.
 
    Dejaron a una de sus hijas que nos mirará con reproche por siempre y nos recordará, con eco machacón, que somos unos cobardes, cómplices de este desatino de mercados y presupuestos, de miradas hacia otra parte chiflando nuestras vergüenzas, de cabezas de avestruz esperando que pase un temporal, sin saber que no pasará, podrá cambiar de dirección y, tal vez, de sentido pero seguirá llevándose vidas que con el tiempo, hasta la próxima, serán anónimas.
 
    Y de fondo sigue sonando el quejío de una voz al toque fúnebre de una guitarra... hambre, hambre, hambre.